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20 noviembre, 2017

Un becario de Rotary pone en práctica su preparación académica en los albergues para migrantes de México

 

Historia y fotografías de Levi Vonk

En el sur de México existen dos elementos ineludibles.

El primero es el polvo del desierto que se incrusta en toda hendidura del cuerpo, como en la parte de atrás de las rodillas y en los pliegues de los párpados. Lo expulsas tosiendo mientras caes dormindo y descubres en la mañana su neblina asentanda en las sábanas.

El segundo es la violencia.

Encontré ambos elementos en la despiadada ruta de La Bestia.

Entre los detenidos en la frontera entre Estados Unidos y México, entre octubre de 2015 y enero de 2016, se encontraban 24 616 familias. La gran mayoría de ellas provenían de Centroamérica. 

 

 

En los últimos cincuenta años, millones de centroamericanos atravesaron todo México, de sur a norte, escapando de la pobreza, décadas de guerras civiles y recientemente, de pandillas brutales. Para escapar, los migrantes solían viajar subidos a los vagones del tren de carga conocido como La Bestia.

En julio de 2014, funcionarios de migración de México anunciaron un plan denominado Programa Frontera Sur que prevé evitar que los migrantes aborden La Bestia. El presidente de México, Enrique Peña Nieto, señaló que el plan crearía nuevas zonas económicas y protegería los derechos humanos de los migrantes al asegurar la inestable frontera sur del país. Por el contrario, el número de migrantes que han sido golpeados, secuestrados y asesinados se ha disparado. Incluso algunos han sido víctimas del comercio ilegal de órganos.

A comienzos de 2015 y gracias a una beca de Rotary obtuve mi maestríar en antropología del desarrollo. Había estudiado cómo las iniciativas de comercio y desarrollo en México podían poner aún en mayor peligro la vida de las personas. Para informarme sobre lo que estaba saliendo mal, me dirigí al sur de México para utilizar las habilidades que había obtenido durante mis estudios financiados por una Subvención Global.

El sur de México es una zona rural y empobrecida, donde existen pequeños pueblos y agricultura de subsistencia. De alguna manera, me sentí en casa. Yo crecí en una zona rural de Georgia y mi interés en la immigración nació luego de trabajar enseñando inglés a agricultores que cosechaban repollo, bayas y árboles de Navidad en Carolina del Norte. Muchos de mis estudiantes eran hombres originarios del sur de México. Sus historias de violencia a causa del tráfico de drogas y de la trata de personas hicieron que creciera mi interés por la región.

 

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